viernes, 8 de abril de 2011

Con o sin síndrome de Down.

Cada vez que veo a mi primo Dani, que es casi cada día, no dejo de sentir cuánto lo adoro y lo quiero. Creo que a todos en la familia nos pasa algo parecido.
Dani, pese a tener Síndrome de Down y un poco de autismo, es, junto mi otro primo Jesús (¡aún un enano de cuatro años!) nuestro sol.

Si me lo encuentro por la calle, nada más verme se le ilumina la cara, "¡prima, prima!" dice mientras abre los brazos para dartme un quiero y un beso. Cuando está solo y a su rollo, ríe a carjadas, en lugar de ponerse a gritar o patalear.
Aunque éstas son sólo las cosas buenas; después es un capullete, que urde argucias para comer más dulces, bombones y caramelos (su pasión); y se pone picar y molestar cuando tiene ganas.

Sé que mucha gente no toma a las personas como él (y no me refiero solamente a personas con Síndrome de Down o autismo) como personas actuales, sino como enfermos o apestados. No se paran a pensar que ese ser humano es persona, y que tiene seres queridos, al igual que hay seres que lo quieren a él, que es de valía, que no es una carga para la sociedad, sino un engranaje más...
Y cada vez que recuerdo que por culpa de esto, habrán en su vida muchos baches, me dan ganas de repartir hostias y llorar, casi a partes iguales.

~¡A cuiarse!
Quiero muchísimo a mi familia, y estoy muy muy orgullosa de ellos.
De cada uno de ellos.

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